EL OCCISO

 

 El canon literario ha estado históricamente representado por escritores hombres, blancos en su mayoría, que han decidido cuáles eran  los grandes temas sobre los que había que poner el foco en cada época.

 

 Las niñas lectoras no han contado con la presencia de mujeres en dicho canon, por lo que en la Editorial Espinas consideran que han podido sentir reparos para expresar que ellas mismas deseaban alcanzar tales logros en el campo de la literatura.

 

 Hoy, qué duda cabe, se ha feminizado en gran medida la literatura. Son muchas las escritoras que ya copan páginas y páginas en periódicos y revistas. Bajar a una librería es encontrarnos un bello crisol de autoras que ocupan crecientes filas de admiradores entre la comunidad lectora. Sin embargo, la historia que nos cuentan, sigue sin modificarse.

 

 Ahí nace Editorial Espinas. Esa espina que, desde niñas, nos ha removido e inquietado. 

 

 A lo largo de los siglos se ha denostado la escritura de las mujeres con la excusa de que, quizá, «era una peor literatura» o, como le sucedió a la ahora tan reivindicada Emilia Pardo Bazán, «no trataba temas decentes». Mujeres que se atrevieron, que desafiaron las imposiciones sociales, que emprendieron el tortuoso camino de expresar en letras sus opiniones, sus dudas, sus anhelos, el devenir del mundo; que trataron temas tan peligrosos como la corrupción, la prostitución, la maternidad, la guerra, la violencia, la justicia y la política y que han sido borradas del relato. 

 

 La propuesta editorial de Espinas pasa por una labor de arqueología entre el silencio impuesto a estas obras, algunas descatalogadas, otras nunca traducidas y otras, simplemente, olvidadas.

  

 En definitiva, la sociedad va por buen camino, pero, si no se resarce esta falla, siempre habrá quien siga pensando que la literatura escrita por mujeres es una cosa de ahora y no de tantas pioneras, valientes y con grandes dotes artísticas, que abrieron el camino y que hoy, simplemente, no existen.

 

 Tal vez todo ese silencio venga impuesto porque, tal y como apunta Stefan Bollman en una de sus obras más destacadas, «Las mujeres que escriben son peligrosas».

 

 Desde la Editorial Espinas van a rescatarlas. Seguirán existiendo mientras las leamos.

 

 Publicado en 1937, y escrito por María Virginia Estenssore (La Paz, 1902-Sao Paulo, 1970), El occiso es un volumen de tres relatos dedicado a la memoria de Enrique Ruiz Barragán, su amante, que falleció de manera trágica. Volumen que tocaba temas tabú para la sociedad de la época y rodeó a la autora de un aura de misterio y de escándalo.  María Virginia Estenssore no volvió a publicar otro libro en vida, aunque continuó escribiendo. Su presencia, dicen los que la conocían, no pasaba desapercibida, era “un volcán en erupción”, una mujer de voz profunda y varonil que gustaba de desafiar a la sociedad conservadora de su época, que fumaba en público cuando pocas mujeres se atrevían a hacerlo y que usaba un maquillaje pronunciado. La escritora boliviana cultivó tanto la novela como la poesía con diferentes estilos. Puso duros temas en sus novelas frente a dulces e ideales poesías. Después del escándalo de El Occiso no publica ningún otro libro en vida, pero sus hijos Guido Vallentsits Estenssoro e Irene Cusicanqui Estenssoro, después de la muerte de su madre, reeditaron este libro y dieron a conocer cuatro tomos más, con sus cuentos, poemas y otros textos inéditos. Actualmente se la considera parte de las voces femeninas del movimiento vanguardista boliviano.

 

 El Occiso se agotó casi de inmediato pero principalmente por el escándalo que provocó. La obra planteaba tres temas principales, la muerte y la putrefacción, una relación amorosa fuera del matrimonio y el aborto voluntario de la narradora. Tal vez fue por eso que la autora escribió en el epígrafe “Este libro es una crucifixión y un inri”. 

 

 Su escritura es un experimento que combina el trabajo casi artesanal de la invención de una lengua y la experimentación con la sintaxis. Evoca paisajes tenebrosos, surrealistas y a su vez de gran belleza.

  

 Los tres relatos aquí reunidos giran sobre la aparición del espectro y la serie de desarreglos que le siguen.

 

 En el primero, el que da nombre al libro, “El occiso”, su amante comienza a hablar desde el plano que separa vida y muerte: se trata de un difunto que despierta en el interior de su cajón, un despertar de sueño clorofórmico. La historia narra también, con una preciosa atrocidad casi caníbal, como los gusanos, gordos, redondos, pegajosos, viscosos, llenos de babas y de pus, devoran la carne del amado hasta dejarle en nada, en un simple fantasma. Ya no había vida ni muerte, todo concepto había desaparecido. 

 

 Si en el comienzo se despliega una descripción que busca dar cuenta del cambio en el proceso de descomposición de un cuerpo que se vuelve espectro, en el segundo relato, “El cascote”, el esperado amante muerto logra tomar forma en una escultura abstracta (similar a una cabeza) alimentada por el deseo romántico de una mujer que le llama, y conversa con él. No hay cosa más dulce que el amor, ni más fuerte, ni más ancha, ni más alegre, ni más cumplida, ni mejor en el cielo y en la tierra. Mientras tanto, su hijo juega a sus pies y le hace preguntas, recordándole continuamente a Ernesto, el amante muerto. 

 

 En el tercero y último, titulado “El hijo que nunca fue”, el narrador es (tremendo cambio de tema) el alma de un abortado, que persigue, desde la muerte en una clínica, a la protagonista (mamá, mamá). Detalla la autora; no soy valiente, soy feliz. El valor es otro. Terrible, espantoso, abominable. Es grandioso e infernal. Es el valor de no ser feliz , de matar la dicha, de cortar el encanto, de tajar la ilusión, de acuchillarse las entrañas y asesinar su propia vida.

 

 María Virginia Estenssoro dejó un libro valiente, excéntrico y maravilloso, una obra muy corta, pero también esencial para ser capaces de comprender la vanguardia boliviana.

 

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